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Reportaje publicado originariamente en el número 302 de la revista PERFILES –

La Fundación Acción Social por la Música trabaja para mejorar la vida de niños y jóvenes en riesgo de exclusión a través de coros y orquestas formados en centros escolares. En uno de ellos hemos comprobado cómo la música puede convertirse en una poderosa herramienta de cambio social.

Chema Doménech Fotos: Jorge Villa

Las colchonetas, aparatos  y demás enseres deportivos se han retirado hacia los laterales, transformando en cuestión de minutos el vetusto gimnasio en una gran aula diáfana en la que una suerte de ejército formado por 60 niños y niñas de entre seis y 12 años va tomando posiciones. Se escuchan voces y risas contenidas, y algunos violines, cellos y contrabajos dejan escapar notas sueltas transmitiendo la impaciencia de las manitas que los acarician. Cada uno de los pequeños reclutas de esta pacífica tropa tiene su lugar asignado en el aula, marcado en el suelo por una cartulina en la que está dibujada la silueta de sus pies con la posición correcta para tocar. El grupo se ha organizado en grandes filas en función de la edad y del tipo de instrumento, y en la cabecera de cada una de ellas un profesor se encarga de mantener el orden y la concentración. La clase está a punto de comenzar y los primeros minutos se dedicarán precisamente a esta tarea, ya que el respeto y la disciplina son también  valores irrenunciables en el aprendizaje de la música.

Rubén Fernandez hace indicaciones a una alumna.

Rubén Fernandez hace indicaciones a una alumna.

Lo sabe bien Rubén Fernández, que se pasea de un lado al otro del aula sin dejar de repartir instrucciones con su voz de trueno, una cualidad que se revela especialmente eficaz entre el murmullo de la chiquillería. Rubén, experimentado violinista, profesor de música de cámara y director de orquesta, también sabe lo necesarios que para estos niños son el cariño y la empatía, por eso suaviza cada una de sus rotundas órdenes con gestos de complicidad. Un guiño por aquí, una palmadita en la espalda por allá, una media sonrisa que aparece fugaz en su rostro grave aderezan una mezcla perfecta de rigor y confianza, de firmeza y ternura.

“Estos profesores son héroes. Con ellos te puedes ir a la guerra”, susurra María sin apartar de Rubén sus enormes ojos verdes.

En riesgo de exclusión
María Guerrero es la presidenta de la Fundación Acción Social por la Música, la organización responsable de este proyecto de integración social de niños a través de la música.

Estamos en el colegio público Pío XII de Madrid, en La Ventilla, un barrio tradicionalmente desfavorecido de la capital en el que habitan muchas personas en riesgo de exclusión. La situación del barrio tiene su reflejo en este centro escolar, al que acude una gran cantidad de niños que en sus mochilas, además de libros, cuadernos y demás útiles escolares cargan graves problemas. Padres con adicciones, familias desestructuradas, malos tratos, delincuencia o pobreza forman parte del paisaje habitual en la existencia de muchos de estos pequeños. Sin embargo, hace meses que para algunos de ellos otro elemento se coló en su vida, pero esta vez para mejorarla y hacerla más feliz: la música.
Ocurre que hay unas personas empeñadas en cambiar la melodía que les ha tocado bailar a estos niños, y por eso acuden a colegios como el Pío XII de La Ventilla y forman coros y orquestas  con dos ingredientes básicos: el amor a la música y el trabajo en equipo.

Los alumnos aprenden música pero también otras cosas. Por ejemplo a luchar por conseguir un sueño o a respetar a los demás y sentirse respetados y orgullosos de ellos mismos. A través del amor a la música y la conciencia de equipo, se inculca a los menores valores como la confianza, el sentido de pertenencia, la responsabilidad común, el tesón y la esperanza necesarios para enfrentarse a los retos cotidianos que, de otro modo, pueden llevarles a la marginación y el desamparo. Y ellos lo trasmiten a su entorno.

Cecilia Fuenmayor (izquierda) y María Guerrero, responsables de la fundación.

Cecilia Fuenmayor (izquierda) y María Guerrero, responsables de la fundación.

Origen venezolano
Ese es el objetivo de la Fundación Acción Social por la Música, entidad cuyo germen se encuentra en Venezuela, en los métodos del músico de esa nacionalidad José Antonio Abreu, que en 1975 fundó el Sistema de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de ese país para rescatar a niños de la marginalidad, la delincuencia y la pobreza. Abreu, Premio Príncipe de Asturias 2008, empezó con 11 niños y hoy cuenta con más de 500.000 alumnos sólo en Venezuela, y su método, conocido como “El Sistema”, es ya un movimiento internacional con reflejo en más de 25 países. Un movimiento capaz de transformar la vida del ser humano a través de la música.

María Guerrero lo ha experimentado en carne propia. Abogada y licenciada en Administración y Dirección de Empresas, María trabajaba en un prestigioso despacho de abogados en Madrid, pero algo no encajaba del todo en su vida. Buscaba un elemento que la llenase con mayor plenitud y supo cuál era el día que conoció la labor de José Antonio Abreu. Vio claramente que ninguna gestión empresarial era tan importante como devolver la infancia a un niño, así que dejó su trabajo como abogada y tomó un avión rumbo a Venezuela. Allí se entrevistó con el músico y le habló de su intención de trasladar el movimiento a España. A su vuelta coincidió con Cecilia Fuenmayor, ingeniera venezolana que acababa de terminar un máster en Responsabilidad Social de las Empresas en la Universidad de Alcalá, y junto a ella puso en marcha la Fundación Acción Social por la Música. De eso hace dos años y la fundación ya ha dado frutos, con dos orquestas formadas en sendos colegios públicos de Madrid: el Fernando el Católico y el Pío XII, con más de 100 niños inscritos.

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Un grupo de profesores encabezado por Rubén Fernández, director pedagógico y musical de la fundación, se encarga del aprendizaje de los niños. Son buenos músicos que además tienen aptitudes para la pedagogía infantil, sensibilidad social, están formados en valores y comprometidos con el proyecto. Todos reciben un sueldo de la fundación acorde con el trabajo realizado.

“La labor de los profesores es impagable”, confiesa María Guerrero. “Ver cómo gracias a su paciencia y a su cariño los niños van evolucionando es casi un milagro. Como decía antes, para mí son héroes”.

Unos héroes armados de instrumentos musicales que ponen en manos de los pequeños. La fundación sufraga los instrumentos, que presta a los alumnos en régimen de custodia. A veces no hay suficientes fondos para adquirir todos los instrumentos así que los fabrican de cartón para que los niños se vayan acostumbrando a cuidarlos hasta que llegue el de verdad. Por eso hoy en el colegio Pío XII de La Ventilla se puede ver algunos violines y contrabajos realizados con embalajes de electrodomésticos.

Metodología
En el aprendizaje musical, la fundación emplea una variedad de técnicas pedagógicas reconocidas, como el método Suzuki. Se basa en clases colectivas, aunque todos los alumnos tienen un tiempo de clase particular a la semana.

Según María, “nuestro método puede considerarse subversivo por ciertos sectores de la pedagogía musical ya que, al contrario de lo que predican éstos, aquí no se trata de enseñar sólo a los capaces sino de capacitar a todos. Estamos convencidos de que todos los niños pueden aprender música, igual que todos aprenden a hablar. Esto es lo mismo que el idioma, a algunos les costará más y a otros menos, pero todos son capaces”.

En la fundación creen que la enseñanza colectiva mejora las cualidades musicales de los niños, que se convierten en buenos intérpretes corales y de orquesta desde una edad muy temprana.

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Como explica María, “cada cierto tiempo se trabaja individualmente con los niños que tengan mayor dificultad para seguir al grupo, con el objetivo de que ganen en confianza, nunca creando su aislamiento. Además, se fomenta que los alumnos más avanzados ayuden a los que no lo están tanto”. Todo esto se traduce en una mejora general del rendimiento y del comportamiento de los niños y niñas que forman parte de las orquestas.
Así lo corrobora Ana Fraile, la directora del colegio Pío XII:“Están mucho más motivados, no sólo por la música sino por el saber en general. Los niños de la orquesta se muestran más contentos, se sienten parte importante del colegio y estamos viendo una clara mejoría, sobre todo en comportamiento. En el colegio estamos encantados con la orquesta y ojalá continúe muchos años porque para nosotros es un regalo”.

Herramienta de cambio
Para María Guerrero, el poder transformador de la música es ilimitado. “La música es una herramienta de cambio privilegiada”, dice. “Aprender música mejora la capacidad de concentración y la capacidad intelectual, educa en el pensamiento lógico, cultiva la disciplina, motiva y fomenta la creatividad. Mejora la inteligencia emocional y enseña a comunicarse con el otro. Además, tocar en una orquesta enseña a colaborar con los demás para hacer algo hermoso, positivo y valioso”. Todo redunda en múltiples beneficios para los niños. Según María, “en nuestras orquestas y coros todos encuentran una esperanza, un espacio abierto que plantea retos, que fomenta una actitud constructiva frente a los errores y que promueve el trabajo desinteresado por la belleza. En este espacio se forja la identidad personal y se crece en libertad interior. Y se aprende que, con esfuerzo y en colaboración con los demás, todos pueden llegar adonde se propongan”.

Ana, de seis años (nombre ficticio) aún no lo sabe, pero quizás algún día se aferre al violín como el instrumento que le salvó del precipicio de un padre que se marchó de casa y que de vez en cuando aparece sólo para causarle problemas a su madre. Quizás Samuel –tampoco es su nombre real– recuerde a sus profesores de música como auténticos héroes que lo salvaron del clima de violencia instalado a su alrededor. Tal vez Jéssica no olvide nunca que sus problemas de estómago eran consecuencia de una mala alimentación, y que la gente de la orquesta promovió una colecta para que en su casa no se volviese a pasar hambre. Puede que dentro de unos años, convertidos ya en hombres y mujeres adultos, con suerte en músicos profesionales, sean conscientes de que sus vidas se transformaron porque un grupo de personas se empeñó en cambiar la melodía en principio destinada para ellos. Será en el momento en que cobrará sentido el sueño del músico Abreu y, por extensión, el de María, Cecilia y todos quienes hacen sonar los acordes de la solidaridad en esta maravillosa Fundación Acción Social por la Música.

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