A finales de abril, Patricia Abdelnour, Directora General de la Fundación para la Acción Social por la Música, participó en la última edición del TEDx Luxembourg donde explicó en qué consiste la transformación social a través de la música.
En el siguiente vídeo, puedes ver y oír la conferencia completa y, un poquito más abajo, seguir su traducción al castellano:
La música, particularmente la música orquestal, a menudo es percibida como algo inaccesible de escuchar y, aún más, de tocar; únicamente reservado para una élite muy exclusiva. Pero, ¿y si les dijese que la creación de ensambles de música puede ser la respuesta a los problemas más profundos de nuestra sociedad?
Antes de ahondar en esta idea, me gustaría hacer un experimento con ustedes, para hablar de la inclusión social a través de la música, de la inclusión social masiva a través de la música; pero voy a necesitar la participación entusiasta de todo el mundo para ello.
[Ejercicio con la participación del público]
Voy a volver sobre lo que acaba de suceder: una sala llena de extraños, que nunca antes han hablado entre ellos, se ha unido para trabajar en equipo por un objetivo. Todos nos concentramos y centramos, primero en la escucha, luego en el canto y, después, moviendo nuestros cuerpos coordinadamente con la música. Algunos lo hicieron lo hicieron mejor que otros, algunos quizás sintieron un poco de pánico, pero miraron a su alrededor, escucharon y se fijaron los unos en los otros para seguir adelante. ¡Y creo que incluso nos hemos divertido una vez pillamos la idea!
Sobre todo, había fuegos artificiales en nuestro cerebro. Los científicos han observado que, cuando hacemos música, se ilumina prácticamente todo el cerebro a la vez, especialmente la el córtex auditivo, el visual y el motor. Y como sucede con cualquier otro esfuerzo, estas son partes del cerebro que se fortalecerán y podremos utilizar más adelante para otras cosas de nuestra vida diaria como el lenguaje, las matemáticas, la resolución de problemas…
Ahora, imaginen que hiciésemos estos, tres, cuatro, cinco veces a la semana: crearíamos una comunidad y un sentido de pertenencia, haciendo amigos mientras trabajamos la memorización, la coordinación motora, el autocontrol, la inteligencia emocional… Estaríamos maximizando nuestras funciones ejecutivas al tiempo que alcanzamos impresionantes resultados musicales a una gran velocidad. Esto puede ser algo maravilloso para un niño que vive en situaciones adversas.
Permítanme regresar a este planteamiento que tiene su origen en Venezuela, en 1975, de la mano de José Antonio Abreu (economista, músico consagrado y visionario). Su pensamiento era que un niño que sufre pobreza material, dejaría de serlo una vez tocado por la música; una vez que entra en estas dinámicas de la práctica musical, de cometer errores dentro de una agrupación, intentarlo de nuevo, progresando y alcanzando una meta juntos… se enriquecerá espiritualmente y tendrá la fuerza y la motivación para superar los retos materiales de su vida.
Yo trabajaba para esta organización en Venezuela y, como defensora de «El Sistema«, como se conoce este proyecto en todo el mundo, no deja de sorprenderme cómo se ha aplicado esta idea en todo el mundo, adaptándola a las diferentes realidades y culturas. En Latinoamérica, el reto es la pobreza y la inclusión social, hay programas en todas partes: en México, en Argentina, en Brasil, en Uruguay… y, en la mayoría de los casos, incluyen la enseñanza de música e instrumentos tradicionales. Así, en Uruguay tienen una maravillosa orquesta de tango; en Venezuela, bandas de salsa; conozco un programa en California del Sur que promueve una agrupación de música mariachi.
En un lugar completamente distinto del planeta, en Japón, se impulsa mucho la enseñanza entre iguales así que un niño que aprende a colocar los dedos en una guitarra o un chelo, se sienta cerca de otro que tienen menos experiencia y se genera una experiencia de comunidad muy vibrante, muy frecuente durante la semana, muy intensa. Lo llaman el programa de la alegría porque han comprobado cómo ayuda a contrarrestar los efectos de episodios tan dramáticos.
En Corea del Sur, el proyecto lleva muchos años funcionando. Allí han lidiar con los síntomas de la soledad en sociedad, como los problemas que tienen los niños al trabajar en equipo o hacer su carrera en la edad adulta, la soledad que viene de los hogares donde los niños están solos, la gran presión por la carga de deberes y los videojuegos… Esto puede llevar, en ocasiones, a la depresión y el suicidio. Allí, lo llaman el programa del diálogo porque han descubierto que los chicos, cuando comienzan a formar parte de una agrupación, están más habladores a la hora de la cena, comparten sus pensamientos e ideas, sus vivencias a lo largo de día con la familia.
En Bosnia, en la ciudad de Srebrenika: el mayor genocidio de la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar en 1995. Las fuerzas del gobierno serbio mataron a cientos de bosnio musulmanes en tan sólo un par de días. Actualmente, los de origen serbio y bosnio musulmán conviven en una tensión tácita. Dos jóvenes valientes pusieron en marcha el programa en 2013 y, lento pero seguro, los niños y sus padres se encuentran en la salida o durante los ensayos y, especialmente, en los conciertos donde la magia sucede: han comenzado a hablar los unos con los otros e interactuar de una manera que era inimaginable.
También en Suecia y en otros países europeos (creo que debe haber un proyecto inspirado en «El Sistema» en la mayoría: Austria, Italia, Francia, España, Reino Unido). Estos países tienen una tradición muy fuerte de educación musical, muy a menudo gratuitas, públicas; pero, por alguna razón, no están consiguiendo llegar a una parte importante de la población joven. Por ello, en estos países están creando programas de este tipo, asegurándose de incluir y alcanzar a esa población, con ingresos muy bajos, niños y niñas, personas inmigrantes o refugiadas.
En Suecia tienen programas por todo el país en los que participan más de 900 menores. Hace dos años crearon la orquesta de los sueños, compuesta por refugiados.
En Groenlandia (que está en todas partes) el proyecto cobra vida en un orfanato, donde los niños de la ciudad acuden y se ha creado una comunidad conectando a estos chicos y chicas que, de otro modo, nunca lo habrían hecho.
En Austria, se ha identificado que las familias que atiende el programa hablan 29 y practican 12 religiones diferentes: ¡esto es mucha diversidad! Y, a veces, el colegio no basta para integrarla, y las calles… no son siempre el mejor lugar. La idea aquí es tomar el tiempo libre de los niños para que no estén en las calles sino en esta comunidad haciendo algo que les proporcione un lugar en el que estar, donde todos están al mismo nivel, no existen las barreras del idioma, culturales o religiosas.
En España, el programa funciona de la mano de las escuelas públicas. Siempre me acuerdo de un joven que conocí en Madrid hace dos años, un violinista, ¡un prometedor violinista! Era muy tímido e iba mal en los estudios, hijo de inmigrantes latinoamericanos (ese tipo de padres que tienen tres o cuatro empleos a la vez, en realidad nunca les veíamos al principio); y cada vez que había un concierto decía que de ninguna manera iba a participar, así que todos corríamos detrás de él, hablando con él, tratando de convencerle, recordándole todo el tiempo que había dedicado e ensayar y cuánto le necesitaba el grupo… y, al final siempre aparecía.
Tres años después, ha hecho una audición para entrar en el conservatorio municipal, sus padres vienen a todos los conciertos vestidos impecables, trayendo vecinos y amigos. Este nuevo sentido de orgullo, de pertenencia, de identidad como músico como una voz importante que forma parte de un todo, ha tenido un impacto transformador no sólo para él, sino también para su familia y su comunidad inmediata.
Bien, ¿por qué todos estos países están dirigiendo la mirada hacia «El Sistema» y haciendo este tipo de proyectos? Probablemente habéis descubierto la respuesta en el ejercicio que hemos hecho al principio y comprobado cuán divertida y transformadora puede ser la música. Como los autores Trisha Turnstall y Eric Booth han afirmado, es la primera vez que una idea sobre las artes y surgida en Latinoamérica ofrece respuestas a problemas históricos.
Me gustaría terminar con un vídeo de un concierto que tuvo lugar recientemente. El maestro Abreu, fundador de «El Sistema», falleció hace un mes; se celebró un concierto en su honor apenas unos días después en Caracas y 11.000 jóvenes músicos formaron parte de él. Debéis tener en cuenta que se trata de una sociedad radicalmente dividida y polarizada por la política y la gente está pasando por una pesadilla inimaginable de caos social que atraviesa su vida diaria… pero esto sucedió.
[Proyección del vídeo]
Así es como suena la inclusión social masiva a través de la música. La creación de agrupaciones para la práctica musical colectiva es una respuesta inverosímil, pero verdaderamente efectiva, para los retos a los que los niños y niñas de nuestros días han de hacer frente. Os invito, si tenéis curiosidad o queréis implicaros, si queréis contribuir al cambio… buscad el programa local en vuestro país que está inspirado en «El Sistema», sed voluntarios, ¡o construid uno! No tengáis miedo u os sintáis abrumados por los costes: el primer ensayo, en 1975, fue en el garaje oscuro de un sótano. Todo lo que necesitáis es la voluntad y el compromiso con el cambio, y ocurrirá.
¡Gracias!