El pasado 03 de febrero Luan, un adolescente de 13 años, estrenó su obra «Autumn Chill» ante el Presidente del Gobierno y un nutrido grupo de personalidades. Él y seis compañeros suyos tocaron con fuerza para transmitir una idea de ilusión y esperanza con la que afrontar el futuro. El contexto, la presentación de la `Alianza País Pobreza Infantil Cero´, una unión de más de 75 empresas, fundaciones, organizaciones del tercer sector y administraciones públicas destinada a romper ese círculo de pobreza que afecta en España a 2,3 millones de niños y niñas.
La agrupación musical que abrió el acto la conformaban siete integrantes adolescentes de la Red Música Social, coalición adherida a esta alianza e impulsada por el Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil (y a la que Acción por la Música pertenece), que lucha por romper el círculo de pobreza en la infancia y juventud, desde dentro.
¿Por qué lo que hacemos rompe el círculo desde dentro?
Porque subir al escenario y ser escuchado por las personalidades que toman las decisiones que mueven el país, es romper el círculo con un martillo capaz de derribar cualquier pared. Porque componer una obra a los 13 años y estrenarla en La Moncloa, es hacer añicos los muros del círculo. Porque, como hicieron Shaila y Christine, alzar la voz a los 14 años y compartir con la Ministra de Educación, el Ministro de Servicios Sociales y el Comisionado de Pobreza Infantil las dificultades que vive la infancia y cómo se han agravado durante la pandemia (especialmente la brecha educativa y digital) y proponer acciones que ellas, como adolescentes, pueden protagonizar para generar igualdad de oportunidades, es romper el círculo con un altavoz cuyas ondas expansivas resuenan en las conciencias.
Romper el círculo desde dentro supone, para los y las jóvenes integrantes de estas orquestas, responsabilizarse del rol de agentes de cambio como parte afectada/involucrada en una problemática, identificar qué pueden hacer para cambiar una situación, sentirse capaces de poder cambiarla y actuar. «Visibilizar con nuestra música los derechos de la infancia y juventud», «ser inspiración para otros jóvenes», «tocar y ser esperanza para otros» o «recaudar fondos para luchar por la igualdad de oportunidades con nuestros conciertos» son algunas de las propuestas que surgieron.
Mucho más que música
Cualquier escenario sirve para este propósito. En cualquiera de ellos, el sentirse visto, reconocido e importante eleva la dignidad del niño, niña o joven a un plano en el que su amor propio y estima se expande y multiplica. Y quererse, valorarse y respetarse es el primer paso para romper el círculo desde dentro.
Sentirse escuchado y que su dignidad se convierta en melodía, un sonido compartido desde la admiración y la cooperación por su comunidad, la orquesta, permite derribar los muros limitantes del «no puedes», «este no es tu sitio» o «eres demasiado pequeño, joven, mayor…». Frases que al principio siempre están conjugadas en tercera persona porque son mandatos y creencias sembradas desde fuera. Las personas, por naturaleza y como seres vivos que somos, tenemos aspiraciones, queremos superarnos, sentirnos bien con nosotros mismos y nuestras vidas. Así que comencemos por dar a la infancia y juventud las oportunidades necesarias para conseguirlo. Comencemos por poner un instrumento musical en sus manos. Comencemos por apostar por la educación, el arte y la cultura.
Cuando lo imposible se vuelve posible
Involucrar a empresas, fundaciones y organizaciones en una alianza y propósito común es fundamental para facilitar acuerdos y leyes dirigidas a terminar con el lastre de la pobreza infantil. Pero igual de necesario es no caer en el paternalismo y acompañar a los niños, niñas y jóvenes en su proceso de empoderamiento, darles el protagonismo y las herramientas para que, desde dentro, sientan la fuerza y el poder que, a nivel individual y colectivo, tienen para cambiar el rumbo de sus vidas.
Comencemos por repensar la educación, una educación enfocada en construir generaciones con pensamiento crítico e ilusión por el futuro, con valores sólidos y principios que garanticen el respeto a los derechos humanos desde el cuidado, la compasión, la cooperación y la humildad. Para que niños y adolescentes se vean y sientan capaces de elegir quién quieren ser en el mundo y cómo interactuar con él. Porque el círculo de la pobreza infantil no es un solo círculo, grande y visible. Son miles, millones de círculos pequeños, que a menudo pasan desapercibidos, conectados los unos con los otros y que hay que derribar individualmente tanto desde dentro como desde fuera para que el muro que los envuelve todos caiga.
Grandes alianzas para grandes propósitos
En la presentación de la `Alianza País Pobreza Infantil Cero´, se puso en relieve que el primer paso para sembrar igualdad de oportunidades y que estas germinen es preparar el campo de cultivo, y esto supone generar políticas y acuerdos con este propósito. En esta línea, el presidente Sánchez insistió en que la pobreza se hereda y calificó de falsa la idea de que siempre triunfan los que se esfuerzan. «Hay en nuestras sociedades muchas personas que nunca han alcanzado ni siquiera la posibilidad de desarrollar sus méritos. Mientras eso siga siendo así, no habrá igualdad real», ha añadido.
El esfuerzo a nivel individual de cada uno de los niños, niñas y jóvenes será en vano si no hay un esfuerzo colectivo que lo sostenga. Por eso, esta alianza, este gran acuerdo al que ya se han adherido más de 75 empresas, fundaciones, organizaciones del tercer sector y administraciones públicas es una gran noticia. Si algo hemos aprendido con la pandemia es que unidos somos más fuertes. La solidaridad emergente desde la sociedad civil, las instituciones públicas y privadas y el tercer sector a lo largo de estos meses ha permitido disminuir las consecuencias sociales y económicas de la crisis. Fortalecer estas redes a todos los niveles es el único camino posible para que la igualdad de oportunidades sea una igualdad real.
Así que cojamos impulso y sigamos dando a la infancia y juventud escenarios desde donde alzarse para escuchar lo que tienen que decirnos. Sigamos dándoles oportunidades para superarse y derribar creencias limitantes. Saber que lo imposible puede ser posible les brindará la esperanza necesaria para construir el futuro que se merecen. Un futuro que suene a dignidad compartida.