Un reciente estudio elaborado por la Universidad de Oxford señala que las personas que sufren penurias económicas padecen «casi el mismo menoscabo en su orgullo y autoestima» (Roelen, K., 2018). Hace dos años, la institución ya destacó la ausencia de indicadores socioemocionales en la medición de la pobreza, conjuntamente con el CAF – Banco de Desarrollo de América Latina.
Tal como explica Keetie Roelen en el blog Visionary Voices, «la devastadora sensación de deshonra que acompaña a la pobreza e impide que la gente adopte una acción positiva para mejorar su situación se percibe en todo el mundo». La autora reconoce que «la falta de autoestima y de confianza en uno mismo pueden tener un impacto negativo en cómo la gente ve su capacidad para conseguir un cambio, apoyando una percepción de incompetencia que puede debilitarlos y dejarlos atrapados en la pobreza».
Aunque la capacidad de decidir sobre su propio futuro y la oportunidad de participar en la construcción del mismo es clave para el progreso de las personas y, por extensión, de quienes las rodean, las medidas dirigidas a reducir la pobreza suelen «centrarse en los efectos tangibles de la privación».
La educación musical que damos a estos niños no es un mero adorno estético, sino la oportunidad importantísima de ser protagonistas de un prometedor porvenir (Patricia Abdelnour, patrona de FASM)
El fin último de la Fundación para la Acción Social por la Música es contribuir a generar cambios estructurales en favor de la igualdad de oportunidades y la erradicación de la pobreza. Por ello, en las agrupaciones artísticas propuestas por la organización se aprende mucho más que música, pues se convierten en espacios de autoconocimiento donde niños y jóvenes pueden descubrir su talento y potenciar sus capacidades mediante la formación que reciben; así, mejora la percepción que tienen de sí mismos (autoconcepto) y se hacen responsables de su proceso de aprendizaje y crecimiento (autonomía) practicando la cultura del esfuerzo y la superación frente a los errores, haciéndose personas resilientes.
Su identidad se proyecta aún más allá. En primer lugar, hacia sus compañeros, con los que componen un proyecto común y establecen en cada ensayo relaciones de respeto y ayuda mutua; y, de su mano, ante el público en los conciertos…, dando lugar a un reconocimiento que confirma su desarrollo y ofrece un nuevo impulso que trasciende el ámbito individual y les sitúa como referencia para sus familias y comunidades. Como expresa la pedagoga Roser Batlle, «los niños y jóvenes no son los ciudadanos del futuro, son ya ciudadanos capaces de provocar cambios en su entorno» (2013).
En FASM trabajamos poniendo la música al servicio de las personas, especialmente de las más vulnerables, como herramienta de transformación social y desarrollo humano, con la finalidad de generar cambios estructurales que contribuyan a la igualdad de oportunidades y erradicación de la pobreza, a través de:
- El empoderamiento de las personas, mediante la dignificación y capacitación que les hace protagonistas de su propio proyecto de vida;
- La creación de una cultura de paz que favorece la integración de los menores, sus familias y comunidades;
- La igualdad de oportunidades en grupos de pertenencia social allá donde existen situaciones de riesgo de pobreza y exclusión.